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era todo su objeto; pero el Rey de los Reyes, dice el texto sagrado, despertó los sentimientos de Antíoco contra este famoso criminal, y representándole Lisias, su tutor, que Menelao era la causa de todos los males, mandó que le prendiesen y le hiciesen morir en aquel mismo lugar en que se hallaba el ejército.

Su muerte extraordinaria. Habia allí una torre de cincuenta codos de altura (veinticinco varas), rodeada por todas partes de un muro ó sierra de ceniza, y desde ella arrojaron al sacrílego, que murió sumergido y ahogado en un monte de ceniza. ¡Muerte digna de un transgresor de todas las leyes divinas y humanas! No hubo tierra para dar sepultura al homicida que la habia negado á tantos hombres de bien, muertos por su órden, y dejados en los campos para pasto de las aves y las fieras: solo hubo y muy justamente cenizas para este criminal, que tantos delitos habia cometido delante del altar de Dios, cuyo fuego y cenizas habia profanado tan sacrílegamente.

Sabida la marcha del Rey, Israel pide su proteccion al Señor. Hecha esta justicia en Menelao, de la que Dios fue el autor y Antíoco el instrumento, marclıaba este como un furioso, dispuesto á portarse con los Judíos de un modo aun mas cruel que su padre. Cuando Judas lo supo, mandó al pueblo que invocasen al Señor dia y noche, para que, como siempre, asi ahora tambien les ayudase, pues era de temer que se viesen privados de su ley, su patria y su santo templo; para que no permitiese que su pueblo, que apenas ha

bia principiado á respirar, fuese sometido de nuevo á naciones blasfemas. Habiendo pedido todos unidos y postrados en tierra por tres dias continuos misericordia al Señor con gemidos y ayunos, Judas les exhortó á que viviesen prevenidos, y acordó con los ancianos salir contra el Rey antes que entrase con su ejército en la Judea y se apoderase de Jerusalen, y tambien acordó encomendar al juicio del Señor el buen éxito de esta empresa. Despues de estas piadosas prevenciones ordenó su ejército cerca de la célebre ciudad de Modin, donde su padre Matatías principió la defensa del pueblo de Israel, y habiéndolo puesto todo bajo del poder de Dios, Criador del Cielo y de la tierra, exhortaba á sus soldados á que peleasen con valor hasta la muerte en defensa de las leyes, del templo, de la ciudad, de la patria y de los ciudadanos.

El Rey abre la campaña por el sitio de Betsura y Judas le mata cuatro mil hombres. El ejército del Rey habia tomado la vuelta por la Idumea para caer sobre el fuerte de Betsura, que era la plaza, á cuyas puertas habia sido derrotado últimamente el ejército de Lisias, y estado á punto de perecer este Gen ral y Regente del Reino. El Rey parece que queria anudar su campaña con la del Regente y borrar con el triunfo, que tenia por cierto, la ignominia que en aquel sitio habian sufrido su General y su ejército: Abrió, pues, la campaña por el sitio de Betsura. La batió por muchos dias; pero la guarnicion se defendia con mucho valor. Trajeron máquinas y las adelantaron hasta tocar en los muros, mas los valientes que los defendian hicieron una salida y las destruyeron. Venian nuevas máquinas al sitio y nuevas salidas de la guarnicion las destruían, haciendo huir de sus muros á los enemigos; pero estos se multiplicaban y á pesar del valor con que la guarnicion defendia la plaza, era preciso que al fin un puñado de so so'dados, que la defendian, cayese bajo el peso de la multitud. Entonces Judas, que habia reunido su ejército en las cercanias de Modin para observar desde allí los movimientos del enemigo, trató de socorer á Betsura, ó al menos de hacer una llamada al ejército enemigo. A este fin adelantó el suyo hasta Betzacarán, al frente y no distante del campamento del Rey. Tomó lo mas valiente de la juventud que llevaba. Les dió por señal la victoria de Dios y partiendo muy secretamente entre las tini blas de la noche, cayó sobre el cuartel real, donde no se esperaba un ataque, y mató cuatro mil hombres, y el mayor elefante d. 1 ejército con todos los que venian sobre él. Esto sucedió al amanecer, con la ayuda del Señor, y Judas se retiró con sus vali ntes, despurs de una accion tan atrevida y gloriosa, dejando lleno de turbacion y de susto el campamerto del Rey.

Manda el Rey que marche inmediatamente todo el ejército contra Judas á vengar el insulto hecho al cuartel real. Antioco que no conocia á los Judíos, sino por el desprecio que hacia de ellos, y que era naturalmente soberbio, se puso furioso al ver la afrenta que acababa de recibir su real pabellon, y mandó que se marchase inmediatamente á vengarla. Lisias, que habia aprehendido en mås de una leccion la superioridad del General de los Judíos, acaso habría tomado una determinacion contraria; pero Antíoco era jóven, era arrebatado, era violento, y sobre todo habia principiado á conocer que era Rey. Se juzgó insultado, quiso entrar en batalla, y fue preciso obedecerle y seguirle. Todo se dispuso lo mas pronto posible para el combate. El Rey se habia levantado antes de amanecer con motivo de la atrevida y repentina carga de Judas, y se halló en disposicion de ordenar por sí mismo los movimientos.

Preparacion y repartimiento de los elefantes y carga que soportan. Hizo marchar su ejército por el camino de la plaza de Betzacarán, donde estaba acampado el de Judas, y luego que le alcanzó á ver mandó formar en batalla, y como el inexperto Monarca contaba con atropellar desde luego el reducido ejército de los Judíos y hacerle pedazos bajo los pies de los elefantes, trató lo primero de enfurecer estos animales, presentando á su vista zumo de uvas y de moras mezclado, de modo que apareciese ser sangre, porque ésta los irritaba en gran manera. Luego mandó repartirlos por las legiones, rodeando á cada elefante de mil hombres, vestidos de cota de malla y cubiertos con capacetes de metal, y de quinientos caballos escogidos. Donde quiera que estaba el elefante, allí estaban éstos, y donde quiera que iba, allá iban delante y no se apartaban de él para allanar cualquiera tropiezo ó encuentro que se presentase. So

bre cada elefante habia castillos de madera cubiertos por grandes máquinas colocadas sobre ellos. En cada una de estas máquinas se encerraban treinta y dos hombres de valor, que arrojaban desde aquellas alturas una nube de dardos y saetas. Un indio, montado en el cuello del elefante, le guiaba y gobernaba. Parecerá increible que un solo elefante pudiera llevar tanto peso; pero es necesario saber que los elefantes de la India, de donde los traían los Reyes de Siria, eran sin comparacion mayores que los de Africa y llevaban sobre sí hasta seis mil libras de peso, ὁ doscientas y cuarenta arrobas. El resto de la caballería se colocó en dos trozos al uno y otro lado del ejército, para cubrir sus alas, animarle con el sonido continuo de las trompetas é impedir que se desordenasen los batallones.

Repartimiento del ejército, resplandor de sus escudos y estruendo de sus armas. Todo el ejército se dividió en dos partes. La una caminaba por los montes, y la otra por los valles, y ambas con gran precaucion. Cuando subió el sol, é hirieron sus rayos los escudos de oro y de bronce reverberaron y resplandecieron los montes, como si ardieran. Todos los habitantes de los contornos estaban, no solo asombrados al ver aquel resplandor, sino espantados al oir las voces de aquella multitud, el ruido de sus movimientos, y el estruendo de sus armas, porque era, dice el sagrado texto, un ejército en gran manera fuerte. Esperaba Judas tranquilo á este ejército formidable, y lleno de confianza en Dios, no le temia. Dejó que se ade

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