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Asi acabó el traidor Jason, usurpador de la dignidad de su hermano el santo Pontífice Onías, en un pais extraño y lejos de su parentela, sin ser llorado ni sentido de los suyos, distante del sepulcro de sus padres, sin hallar sepultura en su muerte y sirviendo de pasto á los perros, las aves y las fieras. Fin digno de un hombre malvado y cruel que habia arrojado de su pátria á tantos buenos ciudadanos, y dejado podrir sin sepultura los cadáveres de tantos hombres de bien que ha bia hecho morir inhumanamente. Digno paradero de un ambicioso que, precipitado por su pasion, se arrojó á tomar antes de tiempo una dignidad que habría recibido legítimamente á su vez; tanto mas execrable, cuanto no arrebató el sumo Pontificado á su santo hermano, sino para perder á Jerusalen y á la nacion entera. Hombre digno, en fin, de todo el aborrecimiento del pueblo de Dios, porque, con su intentona de ocupar otra vez el sumo Sacerdocio, fue la causa inmediata de que principiasen las persecuciones de Antíoco y las desdichas de Israel que vamos á referir.

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Segunda entrada de Antioco Jerusalen y matanza de sus moradores. Supo Antioco en Egipto el rumor que de su muerte habia corrido en Jerusalen; lo que habia intentado Jason con este motivo; la resistencia que le habia hecho la ciudad, y no dejaria de decírsele que se habian alegrado de su muerte, porque realmente tenian motivo para alegrarse. No pudieron llegar estas noticias á Antíoco en ocasion mas fatal para Jerusalen. Habia hecho la guerra á Tolomeo Rey

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de Egipto, y le habia vencido y tomado sus ciudades fuertes; pero los Romanos se declararon á favor de Tolomeo y le obligaron á desocuparlas, y volverse á su reino. Se hallaba Antíoco irritado contra los Romanos, que le obligaban á soltar la presa y salir del Egipto, y creciendo su irritacion con la noticia de los sucesos de Jerusalen, en vez de volver á Antioquía su córte, se dirigió con todo su ejército á Jerusalen y entró en la ciudad con las armas en la mano y la rábia en el corazon. Su primera órden fue lo sumo de la crueldad. Mandó á los soldados que matasen á cuantos encontrasen sin perdonar á nadie, y que, rompiendo las puertas de todas las casas, subiesen á ellas y despedazasen á cuantos hallasen. Con esta órden cruel, se derramó por la ciudad toda la tropa y desde luego principió la carnicería. Hombres, mugeres, jóvenes, ancianos, doncellas y niños todo perecia á filo de espada. Tres dias duró la matanza y llegaron los muertos hasta ochenta mil. Cansados los soldados de matar, se redugeron á hacer prisioneros. Cuarenta mil pusieron en prisiones y otros cuarenta mil vendieron por esclavos. Presentaba Jerusalen un espectáculo de horror y pavor. Por todas partes corria y rebosaba la sangre, y las casas y las calles estaban llenas de cadáveres.

Temor de los Israelitas acerca del templo. Sin embargo, todavia esto no era lo mas terrible para los verdaderos Israelitas que aun quedaban en aquella populosa ciudad. No habia desdichas, de las que no creyesen poder consolarse, con tal que conservase el Señor la santidad de su templo; y satisfecho con el sacrificio de sus vidas, no permitiese que fuese profanado por los incircuncisos; pero no habia escogido el Señor la nacion por amor al templo, sino el templo por amor á la nacion, dice el texto sagrado, y por esto el templo mismo participó de los males del pueblo, y añade; mas despues será compañero (del pueblo) en sus bienes; y el que fue desamparado por el enojo de Dios todopoderoso, será ensalzado con suma gloria en la reconciliacion de Dios con su pueblo. Aqui el Señor, compasivo siempre y siempre misericordioso, quiso sostener con la esperanza á su pueblo, que llevaba señales de ser esterminado, y animarle á sufrir con firmeza hasta que, satisfecha su divina justicia, llegase el dia de volver á poseer su pasada grandeza.

Antioco roba el templo y la ciudad. No satisfecho Antíoco con tanta sangre, tantas muertes y tantas víctimas encarceladas y esclavas, se entregó al robo mas atroz, al robo del templo. Se atrevió á entrar en la casa del Señor, que era el lugar mas santo del mundo, guiado por el impío Menelao, que habiendo sido traidor á las leyes y á la pátria, ahora lo era tambien al templo. El malvado y sacrílego Antioco, tomando con sus manos profanas los vasos santos, que otros Reyes y ciudades habian puesto allí para adorno de aquel lugar santo, los manoseaba y profanaba indignamente. Habia entrado en la santificacion como un salteador, y mandó robar el altar de oro, el candelero de oro, la mesa de oro, las tazas, las copas, las almireces, todos los vasos de oro, el velo, las coronas y el ornamento de oro que estaba en la fachada del templo, y robó toda la plata y todos los vasos preciosos y cuantos tesoros pudo descubrir. Hizo grande extrago en los hombres (que quisieron oponerse): habló con gran soberbia, y llevándoselo todo, marchó á su tierra con su ejército.

Sentimiento de Israel. Jerusalen, todas las ciudades y todos los pueblos de Israel se entregaron entonces á los extremos del dolor, envidiando la dicha de los que habian sido víctimas del furor de los soldados. Gimieron los Príncipes y los Ancianos. Las vírgenes y los jóvenes quedaron sin aliento y se mudó la hermosura de las mugeres. Los esposos prorrumpieron en lamentos, y las esposas regaban el lecho nupcial con sus lágrimas. Toda la descendencia de Jacob se cubrió de confusion y hasta la tierra se conmovió con la desolacion de los que habitaban en ella.

Vuelve Antioco á su córte cantando la victoria. Entre tanto Antioco, que habia venido á Jerusalen como un tirano sediento de sangre y de oro, despues de haber sacrificado tantas vidas, y robado del templo mil y ochocientos talentos (mas de cinco mil y novecientas arrobas casi todas de oro), volvia á Antioquía su córte, á que le tributasen las honras del triunfo, y tan orgulloso y envalentonado como si hubiera conquistado el universo, ú oscurecido las proezas de Alejandro con la conquista y destrozo de una ciudad indefensa; llegando á tanto su hinchazon y sobérbia que le hacian creer, dice el historiador sagrado, que haria caminar sus naves por la tierra y sobre el mar (sus ejércitos).

Dejó Antíoco, al volverse á Antioquía, Gobernadores en Judea para afligir á los Judíos, como si su crueldad no los hubiera afligido bastante. En Jerusalen dejó á Filipo, Frigio de origen, y mas cruel en costumbres que el mismo que le dejaba; y en el templo Garizin en Samaria á Andrónico y Menelao, que amenazaban á los ciudadanos con males mayores. Parece que Antioco, despues del destrozo hecho en los ciudadanos de Jerusalen y del despojo de su oro, su plata, sus preciosidades y sus facultades, nada debia recelar de una ciudad, que en vez de poder rebelarse, apenas te nia, ni medios, ni libertad para vivir; pero Antíoco no queria que la nacion judía profesase una religion que siempre la conservaba unida, y fuerte por esta union. Tampoco le gustaba que estuviese publicando siempre un Dios vengador de todas las maldades de todos los hombres y amenazando con esto el castigo de las suyas.

Envia á Apolonio con veintidos mil soldados para que mate á todos los hombres de Jerusalen. Determinó, pues, abolir la religion de Israel, y como no esperaba conseguirlo sino exterminando los hombres que la profesaban, principalmente los que vivian en Jerusalen, á los dos años del extrago hecho en ella por su mandado yá su vista, envió un cuerpo de ejército de veintidos mil hombres, comandados por el detestable Apolonio, con órden de degollar á todos los adultos

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