los Ancianos tres hombres de los principales y los enviaron al Rey en nombre del pueblo, para hacerle presente las iniquidades de Menelao y suplicarle que pusiese límites á tantos males. Estaba perdido Menelao si bastára para el castigo ser criminal y estar probado el crímen, porque Menelao lo era en alto grado, y sus crímenes eran públicos; pero es necesario tambien rectitud en el tribunal, y criminales que no sean tan intrigantes como Menelao. Habia venido el Rey á Tiro, y allí fueron los comisionados. No se descuidó Menelao, y acaso llegó antes que ellos. Se presentaron al Rey y oida su relacion, se manifestó dispuesto á castigar á Menelao. Este lo llegó á entender y procuró averiguar quien era el hombre de mas influjo para con el Rey, y habiéndole dicho que ninguno tenia tanto, como un tal Tolomeo, luego fue á empeñarse con él. En el tribunal de este privado del Rey hizo su defensa, y como nada le costaba mentir y calumniar, la haría bien favorable. No ignoraba su astucia que esto le era provechoso, pero que no bastaba; y asi confirmó todas las razones que habia expuesto á su favor, con la promesa de grandes sumas de dinero, que era la razon que lo valia todo. Antioco los hace morir cometiendo la mas atroz injusticia. Tolomeo se encargó de hablar al Monarca y lo hizo con tanta eficacia y tan buen éxito, que Antíoco, no solo mudó de parecer y absolvió á Menelao, reo de todos los crimenes, sino que condenó á muerte á los comisionados, á aquellos infelices, dice el texto sagrado, que habrían sido declarados inocentes, aunque su causa hubiera sido tratada entre los Escitas (que eran tenidos por los hombres mas feroces del mundo). Al momento fueron arrastrados al suplicio, y murieron sin misericordia unos hombres revestidos del carácter de representantes de una nacion, y á los que no podia imputarse otro delito que la defensa de sus hermanos atropellados, de su ciudad trastornada, de su religion perseguida y de su templo despojado y profanado. Esta injusticia atroz se ejecutaba en Tiro, y los ciudadanos, testigos de la crueldad de Antíoco, no pudieron mirar tanta maldad sin indignacion; y ya que no les fue dado librar á estos inocentes de la muerte, les honraron dándoles magnífica sepultura, sin que les impusiese la crueldad del tirano. Menelao es repuesto en el Pontificado. La victoria del malvado Menelao fue mas allá de lo que él podría prometerse. Sobre la muerte de sus acusadores, se le confirmó en la posesion del sumo Sacerdocio, que habia vuelto á ocupar en la muerte de Lisímaco su hermano; y despues de la atroz injusticia cometida con los enviados, ya nadie se atrevió á contradecir á Menelao. Volvió á Jerusalen mas perverso que nunca, creciendo en malicia, dice el texto sagrado, para hacer traiciones á sus ciudadanos. Jerusalen, sin defensa y sin proteccion, vino á ser el teatro de las maldades, que apartando á la nacion de la observancia de las leyes y del culto del Señor, trajeron sobre ella sus terribles castigos. Jerusalan, despues de la dominacion de tantos hombres perversos como los Simones, Jasones, Menelaos y Lisimacos, no era ya otra cosa que el feo reverso de aquel famoso cuadro que en tiempo del gran Sacerdote Onías se mereció la admiracion de las naciones y la devocion de los Reyes. Ella encerraba en su desgarrado seno un conjunto monstruoso de apóstatas y de idólatras igualmente conjurados contra el culto y las ordenaciones de Dios. Demasiado instruido estaba Israel acerca del orígen de sus bienes y sus males, de sus prosperidades y sus desgracias. No distaba mucho la cautividad de Babilonia, y menos la prosperidad que habia tenido fin con la separacion del Pontífice Onías. Nada mas claro para Israel que esta verdad: mis prosperidades estan unidas al cumplimiento de la ley, y mis desgracias á la falta de este cumplimiento. Sin embargo, su furiosa inclinacion á la mezcla con las naciones y á la infame idolatría podian mas con ellos que sus esperiencias. En este tiempo de revueltas la desercion habia sido grande y los idólatras se habian multiplicado en Israel. La medida se llenaba y el brazo del Señor estaba ya levantado. No obstante, el Señor, que siempre guardaba una conducta uniforme para con su pueblo, no quiso descargar el golpe sin avisarle antes su peligro de un modo portentoso. Aparecen en el aire sobre Jerusalen ejércitos que pelean. Por espacio de cuarenta dias se dejaron ver en el aire, á los ojos de toda Jerusalen, hombres á caballo con vestiduras de oro y armados de lanzas, á manera de escuadrones que se daban batallas. Los caballos puestos en órden de guerra, corrian los unos contra los otros, y los ginetes venian á las manos. Se oia el extruendo horroroso que formaba el choque de los escudos, casquetes y espadas desenvainadas. Se veían cruzarse los dardos en el aire, y resplandecian las armas de oro y las corazas de todas clases. ¡Qué espectáculo tan imponente para un solo dia! ¿Y cómo pudo sostenerle Jerusalen por espacio de cuarenta, sin hacer una penitencia cuarenta veces mayor que la de Ninive y sin cansar en cierto modo al Cielo con sus gemidos, sus súplicas y sus clamores? Pues qué, ¿podia ignorar Jerusalen que estos avisos eran para ella, y que si no la anunciaban su total ruina, la anunciaban, al menos, guerras terribles, ó acaso uno y otro? Sin embargo, el texto sagrado nada mas nos dice de lo que pasó en estos cuarenta dias que podian dar materia á la historia de cuarenta años, sino que todos rogaban que estas señales se convirtiesen en bien, ¿y dónde está la penitencia para merecerlo? Nada de eso nos dice el texto sagrado, porque nada debió haber de la penitencia pública que pedia el desórden y escándalos públicos. Vuelve Jason á Jerusalen; causa nuevos males, y tiene que huir. Pasados los cuarenta dias de esta situacion pavorosa, Menelao y su tropa de apóstatas se endurecieron como otro Faraon y continuaron en sus maldades como antes; pero principió muy luego el castigo de los perversos y la prueba de los justos. Se estendió un rumor falso de que Antíoco, que se hallaba haciendo la guerra en Egipto, habia muerto, y al momento el desterrado Jason, reuniendo nada mas que mil hombres, vino de repente sobre Jerusalen, y aunque los ciudadanos, ó mas bien los revoltosos, volaron al muro para defenderla, al fin fue tomada por los de Jason; y Menelao con los suyos se huyó y encerró en el alcázar. Entró Jason en Jerusalen como una fiera sedienta de sangre, y á nadie perdonaba, ni menos pensaba que los ciudadanos eran sus hermanos, sino que los degollaba como á paganos, y tomaba los despojos como si fueran de sus enemigos; pero al fin, despues de matar un gran número, no pudo conseguir el principado de sumo Sacerdote ni sostenerse en la ciudad, y lleno de confusion tuvo que salir huyendo y volverse al pais de los Amonitas, de donde habia venido; mas no le recibieron éstos como antes, porque la noticia de las crueldades que habia cometido en Jerusalen llegó primero que él. Su fin desdichado. Ya no se tuvo Jason por seguro entre ellos y se huyó á la Arábia. Aretas, su Rey, le prendió y encerró en una prision, mas Jason tuvo medio para fugarse, y huyendo de ciudad en ciudad, y llevando consigo el ódio de todos, como un apóstata de las leyes, y un enemigo execrable de su pátria y sus ciudadanos, fue arrojado hasta el reino de Egipto. Tambien fue perseguido en este reino, y huyendo se dirigió á la Lacedemonia, cuyos moradores se trataban de parientes de los Judíos y allí esperaba ser recibido como tal pariente y encontrar su sosiego; pero murió á poco tiempo, miserable y sin sepultura. |